¿Qué son las Glosas de Edward Bach?
Tradición y Etimología
Hubo en el siglo XX un trovador celta que recitó una vez más las glosas de la tradición.
Tradición es una palabra cuya raíz etimológica alude al acto de entregar, de hacer llegar, de transmitir de una generación a otra el conocimiento.
Pudo haber sido en cualquier parte, pero fue coincidentemente en Gales, último reducto celta, y con ellas nacieron las Flores de Bach.
Pudo haber sido cualquiera, pero fue casualmente Edward Bach, un médico descendiente de bardos celtas, el que trovó en versos esta sabiduría en su Método de Curación por las Flores.
Pudo haber tenido cualquier estilo literario, pero se plasmó como un manual – al modo de los antiguos libros sagrados – destinado a garantizar inexorablemente, una pragmática.
El texto del manual emplea la palabra. Sin embargo, no se trata de aquella palabra homologada a los sistemas de signos lingüísticos, cuyas representaciones se apoyan en la linealidad del espacio visual.
que pueda ser representada en un plano, como sería el caso de una tabla de doble entrada, que se sustenta en la superficie.
El texto del manual obliga a homogeneizar una representación de volumen, ya que los datos de cada glosa no cubren una misma sustancialidad temática sino que muestran una discursividad desbordada, a medio camino entre relato descriptivo de caracteres y acciones en una configuración de asechanzas y buenos sucesos, sensaciones y actitudes, y una modalidad gráfica casi plástica, una imagen, una contraseña.
Casi un ideograma, cada una de las 38 flores que integran este Sistema Alquímico equivalen a 38 glosas que describen una situación humana arquetípica, ni objetiva ni subjetiva, mediante una cincelada, acabada y concisa fraseología que impresiona no sólo el intelecto y la razón sino también a los sentidos y a la voluntad.
Hechas con una profesionalidad retórica entrenada en pautar tanto los deseos como las conductas, las 38 glosas se constituyen en una guía práctica, casi un objeto útil para relacionar al que consulta con su signo : una flor.
encuentra un libro con un poder casi mágico, ya que sin que se diga en él ni una letra respecto de su objetivo la conclusión se desgaja por sí sola del ánimo del lector.
La comprensión surge como una revelación súbita, como una voz que le dice desde dentro: que este libro está hecho para que quien lo lea pueda identificar de un vistazo el signo – la flor – que le corresponda.
En realidad, su uso y fama nunca se interrumpieron, porque seguramente durante aquellos momentos en que el conocimiento, permitió analogar el carácter vegetal al carácter humano en un listado y uso correcto de las hierbas, debió haber cundido un maravilloso estado de salud general.
está el Cúrese Usted Mismo, casi un salmo, un himno en el que viaja oculto un código de la caridad, de la castidad, del amor, de la compasión, de la perfección y de la iluminación, que encierra una ubicación, cosmogónica del arte de sanar que reaparece históricamente en diversas civilizaciones, una y otra vez.
Así resuene su voz: “A través de la historia ha habido tiempos en los que la enfermedad era tratada exitosamente. La salud no era una insistencia en combatir la enfermedad, sino en propender a la plenitud”.
También ha habido tiempos – él nuestro es uno de ellos – durante los cuales el gran arte de la sanción ha sido olvidado. Pero dice Edward Bach: “Es tal el poder del camino de la naturaleza que es seguro que retomará a nosotros una y otra vez.
Si se piensa bien esto se entenderá porque los remedios florales de los que hablo, están extendiendo su uso a tal velocidad y en tantas direcciones”.
al surgimiento y caída de los imperios por cientos y miles de años.
“En los viejos tiempos, cuando una nación desaparecía, mucha de la grandeza de su erudición desaparecía con ella.
Pero ahora, desde que los descubrimientos se hacen inmediatamente universales, hay esperanza de que la bendición que se nos otorga con estos redescubrimientos será propagada por el mundo, y guardada por siempre segura en alguna nación”.
Dos son los objetivos asignados por Edward Bach a su trabajo: presentar un método de sanción por medio de las flores y reducir todo lo que sea posible el temor que las enfermedades puedan provocarnos.
Al listado de las 38 flores, como a todos los inventarios característicos de los libros de la literatura sagrada, subyace oculto un enlace entre las prácticas que guían y las doctrinas que disciplinan esas prácticas. En este caso, entre los modos que describe cada flor y la doctrina que correlaciona estos modos.
Edward Bach tuvo la maestría de los que, una vez cada tanto en la historia, abrochan perfectamente los manuales a los evangelios. Así se abrocha el Cúrese usted mismo – un evangelio – al Método de curación por las Flores – un manual“.
ocultos los axiomas doctrinarios y a la vez aflorar nítidamente su práctica disciplinada que, como las dos caras de una misma moneda, hacen posible la autocuración. La utilización del método por un lego – en coexistencia con el cultivo del arte de curar, y la aparición del terapeuta.
Esta yuxtaposición hace que el arte de curar y de autocurarse atraviesen por sucesivos estados tanto en el lego como en el terapeuta.
Pertenece a la ya mencionada tradición celta, cuya sustancia específica es la descripción de los estados que se experimentaban en el defecto como enfermedad y en la virtud como éxtasis En la curación de éstos estados provocados por experiencias personales se aplicaban todas las acciones doctrinarias de un Ars y una ética mística cuyos rituales y pasos no pretendían curar corrigiendo sino que eslabonaban estados de embriaguez y voluptuosidad cuyos materiales característicos “se experimentaban como entusiasmo y se atestiguaban en la lírica de los salmos”.
Para este mundo celta, la sanción de los estados atestiguados por el entusiasmo no apunta a la erradicación de ninguno, ya que la sanción consiste en ser medido – en el sentido de que no haya falta ni exceso – y en la satisfacción de cualquiera de ellos, para lo cual la clave es no colocar a ninguno por encima de los otros. Se entiende así que la palabra que se usa para hablar de sanción sea castidad.
A esta castidad – que no es abstinencia – Bach la llamó cari-dad. Y no solo le otorgó en su filosofía, el status de madre de todas las virtudes, sino que cifró la tarea de sanar en relación con la medida proporcionada que, debía guardar la caridad con los demás respecto de la caridad con uno mismo. En esta concepción del mundo celta el quid de la sanación se pone en la experiencia personal y en la resistencia al saber impersonal, a lo objetivo y a lo racional en cuanto ellos hacen del espíritu un estado inalcanzable y de Dios un ser separado diametralmente del hombre. Para estos textos paganos – cuyo espíritu reproduce en el siglo XX la obra de Edward Bach – lo central no es sólo esta resistencia a la medicina impersonal, sino también a un Dios impersonal. Por esta vía, los textos resultan doblemente herejes. Primero, porque en ellos aparece la resistencia que se centra en evitar toda distribución moral o autoritaria entre un estado de salud y otro, después porque esto, a su vez, en lugar de instaurar un orden jerárquico establece pasos, escalonamientos, transiciones autárquicas.
Así como resulta imposible que pueda surgir al lado de estos textos paganos y de esta descripción de estados transicionales con que se describe la salud, autoridades académicas imparciales, tampoco es concebible la idea de un médico que juzgue estos estados negativos, como algo que le es ajeno.
Este Ars curandis sólo se adquiere como experiencia personal, y de él deviene un tipo de poder, por el cual se establece con los pares y con los pacientes, hermandades transitorias.
El que cura lo hace porque ha tenido la oportunidad de templarse y perfeccionarse atravesando los estados emocionales negativos. Pero el camino para encontrar la salud no es combatir estos defectos, si no contrarrestarlos con el desarrollo de la virtud contraria. Quizá la mejor manera de graficar la ética del gran arte de curar – como lo denomina textualmente Edward Bach – sea con la figura de los doce caballeros del rey Arturo, alguna vez asentados en el país de Gales. Numéricamente iguales a los doce remedios a los que inicialmente Bach llamo los doce curadores, a los apóstoles que se sentarían en la Ultima Cena y también a los Signos Zodiacales, hay entre todos ellos una segunda coincidencia: su diversidad apunta a señalar que hay doce modos para la virtud, ninguno mejor que otro, todos ubicados a la misma distancia del centro de la misma mesa sin cabecera: una mesa redonda. Lo que les daba derecho a sentarse a la tabla redonda del rey Arturo era el voto de castidad personal que habían hecho. Un voto que los compromete a alcanzar un estado de experiencia personal, diferente para cada uno de los doce, un camino de trabajo sobre la salud personal física, psíquica, emocional, mental y espiritual que propendía a la plenitud. Siguiendo con el modelo de la tabla redonda lo que faculta a un terapeuta, no puede surgir de autoridades académicas imparciales que juzguen estos 38 estados negativos como algo que les es ajeno. Como dice Bach, surgirá de hermandades transitorias con todos lo poderes de su arte para experimentar las acciones doctrinarias y las prácticas disciplinarias de un arte y una ética cuyos rituales y pasos sirvan para eslabonar estos estados y no pretendan corregir el sufrimiento. Por la importancia que tiene el recuperar este concepto de castidad como camino en la evolución personal, para la formación del terapeuta floral, es que hemos adoptado dentro de la Escuela Bach la construcción y escritura de Anécdotas – reflejo de las experiencias personales – en el adiestramiento de los futuros terapeutas.
El trabajo de cada candidato se integra a la hermandad de un colectivo de nombres propios integrado por los de la misma promoción, resultando así que su lectura conjunta autoriza al nuevo miembro a sentarse en la mesa de los terapeutas. Como en todas las disciplinas del conocimiento, en la medicina floral está conjugado un sistema fuera del cual, los arquetipos en sí mismos, no significan nada, en el sentido en que una sola letra del abecedario, no resulta significativa.
El hecho de que un sistema sea finito – siempre 38 flores – hace que cada parte – cada flor – funcione con la lógica propia de su universo.
En el Método de Curación por las Flores, descripto por Bach cada una de las 38, forma parte de una secuencia vertical que se interrumpe al agotarse una serie.
El sistema está completo cuando se integran las siete series que guardan entre sí un orden – no arbitrario – inamovible, así como lo es el de los colores del arco iris, o el de los signos del zodíaco.
Eslabonadas entre sí las series, forman un firmamento de constelaciones entre las cuales de modo análogo a las secuencias verticales, se pueden tomar las secuencias horizontales, que completan la comprensión de la trama.
Las anécdotas que leerá a continuación ilustran estas relaciones sistemáticas entre los treinta y ocho arquetipos
Las mismas permanecen ocultas y la ensignanza que las saca a la luz es el conocimiento.