Constelar la Pareja – La historieta en palabras

Autora: DIANA ROSENBERG

Parte I

La pareja, en la versión más habitual, aparece como el principio y el fin de todo y se la hace responsable de que el individuo haya llegado ó no, a ser feliz. Ella sostiene la guadaña temida, del “sufrir por amor”. Aunque la compañía parece imprescindible, la felicidad viene de aceptar sus términos, tal como son. Significa que, aún cuando lo que haga y sienta el compañero no sea lo esperable, si en nuestra cuenta y balance de responsabilidades y confianza nos vemos bien reflejados, podemos ser felices. Esto, no significa resignarse frente a las situaciones, pero, sólo el respeto por el camino de la otra persona, puede abrirnos paso.

Lo más obvio resulta lo menos visible. Mucho se puede ganar si se ve, que en lo esencial, la pareja, hace las veces de garante y respaldo de la especie, que al ligarse al nacimiento de nuevas vidas, se torna su custodio natural. El hombre y la mujer encarnan la célula reproductora. La sexualidad adquiere formas complejas, pero su esencia es formar a la pareja. Aún las parejas de igual sexo prestan un servicio, a la conservación de la especie, porque también son un reservorio de la sexualidad. La pareja es un dispositivo natural, cuyo fin es custodiar la vida y asegurar que su llama no se extinga. Pese, a que todo lo que sucede dentro de ella, es reflejo de las otras relaciones sociales, en nuestro tiempo este trasfondo que tiene la pareja, permanece oculto, tras el supuesto de que la elección individual de pareja, se torna fundamental para conseguir la felicidad. Todo lo referente a ella, es vivido como expresión de lo personal y no de la red humana. Se la considera autónoma.

El terapeuta de pareja, debe ayudar a ver que la felicidad depende de reconocer lo que es y aliarse a ello, no de la melodía siempre cambiante, de lo que pasa , lo que se cree que pasa y lo que se siente que pasa. Hellinger habla del bajo continúo, comparando la relación de pareja con un concierto barroco, que en lo alto tiene bellísimas melodías y de fondo un bajo continuo, que lleva la música dándole fuerza y peso al decir: –te tomo como mi hombre y me doy como tu mujer; te tomo como mi mujer y me doy como tu hombre. Te tomo y me doy con amor–.

La pareja se acuna en la dualidad más esencial: dar y tomar. Los dos dan y los dos toman, cuando se acaba el intercambio, la pareja no puede seguir.( 117 El centro se distingue por su levedad -Herder ) .

Sobre la dicotomía de lo femenino y lo masculino, se instaló la del amo y el esclavo que cuajó sobre la misma dialéctica: servir y seguir. El amo y el hombre, sirven. El esclavo y la mujer siguen.

Los vínculos alegran y duelen y ambas cosas pueden tener lugar al mismo tiempo. Si él da algo bueno, ella lo incrementa. Si da algo malo, ella lo devuelve pero mermado y viceversa. Así el intercambio positivo y el negativo se dan juntos. (117 el centro se … Herder )

El amor tiene un aspecto carismático, que lleva a pedirle a la pareja lo que ella no puede dar. Pudiendo haber un intercambio positivo, hay parejas que llevan un montón de años juntos en los cuales se humillan, se insultan, se maltratan, se disminuyen, no toman lo que tienen y tampoco se separan. Debemos aceptar que, cuando la separación ocurre, hasta puede ser una bendición y un regalo. Creo que la presencia de Cupido es un milagro y su ausencia otro.

Los traspiés de la pareja más frecuentes vienen de que cada uno proviene de una familia distinta, con reglas, códigos y dinámicas propias. La mayoría de estos desequilibrios los son del intercambio y de la no aceptación de lo doloroso y de lo diferente. Ambos temen que el otro negará sus derechos, lo excluirá y en definitiva que se arrogará mayor superioridad de rango.

Esto se ve bien en casos como la enfermedad o la minusvalía de un hijo, que separan en lo profundo a la pareja, impidiéndoles mirarlo juntos y ocasionando que estos hijos tomen la batuta, gracias a que uno de los dos o los dos se colocan con su dolor, por arriba del otro.

El deseo mutuo sostiene a la pareja. Sin él la pareja desaparece. El amor es muy pequeño, comparado con la sexualidad. La sexualidad es la fuerza más grande y se abre camino independientemente del amor. La sexualidad es el deseo que elige al otro y que lo califica, no la genitalidad. Sin este flechazo de Cupido, que es como un milagro sobre el que no podemos apelar, ante nadie, no hay pareja.

La pareja no se arregla solo con sabiduría y voluntad, hace falta la flecha. Tampoco se arregla solo con la flecha, se necesita madurar. Hay parejas de todo estatuto y especie, pero sin esta calificación excepcional, del partenaire y sin sentirlo un igual, se la debería llamar de otro modo.

En la terapia se debe lograr que los hijos vean a sus padres, siempre unidos, independientemente de cuán satisfactoria o adecuada, sea en el presente ó haya sido en el pasado, la relación entre ellos. En una violación, por ejemplo si hay un embarazo que trae vida, se generan vínculos con independencia del amor, no hay pareja, pero continúa habiendo padres. Es por eso que en la inseminación artificial y en la adopción es fundamental reconocer, consultar y considerar a los dos progenitores.

La pareja está siempre en comunicación, pero no necesariamente a través de la palabra. Los que lo logran saben que los hombres y las mujeres tienen códigos diferentes.

Las mujeres suelen ser cómplices entre si, en aquello de que los hombres no las comprenden. La mayoría de las veces también los hombres, sienten que ellas no los comprenden. Quizás la renuncia a entenderse es parte de la madurez necesaria. Este añejado saber sobre el rendirse al misterio del otro, aunque parezca provocativo, me parece uno de los logros, mejor implementado en la terapia de pareja.

Bateson y los teóricos de la comunicación afirman que el concepto de comunicación incluye todos los procesos a través de los cuales la gente se influye mutuamente, dicen que muchas veces los pedidos de comprensión hacia el otro solo vienen de saber que lo que tiene que decir el otro es muy distinto de lo que queremos escuchar. Este reclamo al otro miembro de la pareja, no está en relación con que sea o no conversador. Cuando aceptamos que el otro difiere, nos comunicamos bien, aún sin palabras En la década del 60 se produjo un cambio en el estudio de los temas relacionados con la comunicación entre las personas. Se configuró como Teoría de la Comunicación Humana, cuyos propulsores directos fueron Watzlawick, Jackson, Fish y Weakland, entre otros.

El concepto central es que la interacción resulta el foco, en lugar de lo intrapsíquico. Temas como los reclamos en la familia fueron abordados. Algunos de estos enunciados, dicen que:

Las acusaciones mutuas, que se reiteran no mejoran porque se hable mucho y no progresan, hasta que ambos vean que lo que para uno sirve, para el otro perjudica.

Así, el ego se reduce y este amor conlleva no solo amar al otro, sino amar el camino que lo impulsa, desde sus orígenes hasta su destino. Pero éste sería un amor muy desarrollado. Hay veces que fuerzas más grandes, hacen que un amor sea difícil. Quizás tabúes, quizás la imposibilidad de que a uno le vaya mejor que al otro, ó mejor que a su padre y a su madre, u otras lealtades, tales como identificaciones con personas que no pudieron lograr algo, terminan por ser limitaciones, que pueden impedir a alguna relación seguir adelante, pese al amor. Son las lealtades invisibles las que lo impiden y lo impulsan, dice Iván Boszormenyi Nagy, coautor con Geraline Spark, del libro que lleva este nombre.

Desde el mito de lo individual, esto no se puede entender ni aceptar, porque no se acepta que el otro siempre trae pegada a su familia.

Tampoco es posible decir, “te quiero a ti pero no quiero a tus padres”. Ni es posible “amarase a uno mismo, si uno no ama a sus propios padres”. Cuando mirás a tu pareja, ves detrás de ella, a sus padres. Yendo más lejos, sería deseable que uno sea capaz de amar a los padres de la otra persona, aunque ella misma no los ame. Esto mismo es lo que hace un buen terapeuta, sentir cariño hacia los padres del cliente, aunque este sea incapaz de sentirlo. Sin esto no hay terapia y tampoco hay pareja. Lo mismo sucede con el maestro y el alumno, el primero debe presentarse con sus padres detrás y ver al alumno con los suyos. Si esto no sucede ninguno podrá ocupar su lugar. Geraldine Spark coautora de Nagy, cuenta muy conmovida, como un niño pequeño le dijo a su padre: ¡por favor papá quiero que cuides al abuelo como me cuidas a mí! . Las relaciones se pactan y se negocian. El lugar que tendrán los hechos, los padres y la familia del otro, se negocia. La nuestra es la época de la familia ampliada. Los míos, los tuyos, los nuestros.

Modernamente la pareja pertenece a los individuos y no a la comunidad. Se puede pensar que es una idea que ocasiona muchos trastornos, o que es una situación nueva, que obliga a los cónyuges a crear reglas y límites. Esto lleva un tiempo.

Cuando después de una nueva unión, alguno sigue sintiéndose más vinculado a una unión anterior o a un hermano o a la madre que a su propia pareja, aparecen dificultades. Los hijos, que nacen, siempre lo perciben y toman partido por uno de los padres, generalmente por el que está solo o por el más débil. Las parejas con hermanos gemelos muestran esta dinámica de manera modélica, porque en realidad son parejas de a tres, pero si esto se acepta, las cosas pueden funcionar. Sucede porque el vínculo físico de los gemelos les impide separarse totalmente. Puede suceder, que aunque el amor esté presente, por algunas de estas implicancias, las personas sean infelices en el amor.

En cuanto a la jerarquía de la pareja, decir que el hombre está por encima de la mujer no es posible. Ya que si lo vemos dialécticamente sabemos que el que parece más arriba, en el fondo se siente más abajo y al contrario. Lo masculino y lo femenino, no son intercambiables, son diferentes y están por siempre jamás, tanto unidos, como separados. En definitiva, la pareja solo se funda en la igualdad del rango. Si ésta está amenazada, la pareja también lo está. En este caso se desencadenan formas de pareja, padre-hija o madre hijo. Cuando hacemos comparaciones alguien tiene que terminar ganando o perdiendo. Comparar es quitar rango. Si una pareja funciona, es seguro que no hay nadie que se siente mejor que el otro, o que su familia es mejor que la del otro, o que es mejor persona. La inestabilidad de la pareja se relaciona con este tipo de creencias que hacen que haya luchas y daños. La dualidad de buenos y malos, el alma no la acepta. En la pareja no puede haber condenados y laureados. La violencia en la pareja, puede llegar a ser muy grande, cuando esto sucede. Es fruto de la posición en que queda alguien cuando se queda impotente, maltratado o humillado. Y aunque en un crimen pasional la responsabilidad haya que cargarla, al perpetrador, no se puede ser hipócrita en cuanto al tratamiento político o social en lo referido al maltrato. En rigor el maltrato es recíproco.


Parte II

En el primer vistazo cada uno sabe lo que puede esperar, pero se comporta como si no lo creyera y esperara otra cosa. Este tipo de expectativas solo tienden a mostrar que ninguna de las partes, estigmatizadas con desprecio, es ajena a la escalada y que el victimismo, no sirve para encontrar una solución. Las mujeres, curiosamente, a veces se sienten superiores a los hombres, aunque esto no coincide con la verdad política y social. Pero, el poder de dar vida, el poder de la crianza, el poder de convertirse en equilibradora de las tensiones emocionales de la pareja y de los hijos, puede darle una superioridad, volcar la balanza hacia el desequilibrio y generar violencia. Hellinger ha dicho a este respecto que por tener las mujeres este rol casi idiosincrásico, que las hace superiores, la única posibilidad de equilibrio, es que se le dé la superioridad al hombre. También ha dicho, que lo dice como una mera hipótesis, en un momento que alguien puede aprovecharlo y que no espera que nadie lo repita.

Es una realidad, que el poder económico y social ha sido buscado por el hombre y que el poder afectivo ha seguido estando en manos de las mujeres. Actualmente ambas cosas están cambiando Ni las mujeres dependen del poder de los hombres. Ni los hombres siguen dependiendo del poder afectivo de las mujeres. Quizás sea este el sentido que tengan las frases: “No respetás a los hombres” y “No respetás a las mujeres”. No alcanza simplemente con colgar en la pared la foto del maltratador o del asesino, como proponen las posiciones orientales. Ni con hacer que el asesino ponga el retrato de la víctima. El mundo no está dividido entre buenos y malos. Hacerlo solo perpetúa los conflictos. Hay dos tipos de perdón. El que asume el daño y el que me permite sentirme superior. El segundo está al servicio de la desigualdad La biología y el destino deben someterse a nuevas miradas, donde prime lo reconciliatorio. Si esta lectura tiene una base, quizás habrá que esperar para ver sus frutos, en la clínica de las parejas.

Hay varios interrogantes que son muy interesantes ¿La procreación corresponde al ámbito de la mujer, como fruto de su sexualidad libre? ¿Cuál es el papel del hombre? Al hablar de esto estamos hablando también, de la fidelidad.

¿Es más fiel el hombre que la mujer o al contrario?¿La idea de pareja, va acompañada necesariamente con al idea de fidelidad? ¿Hay infidelidades que equilibran la pareja y permiten la estabilidad de ésta? Lo cierto es que la infidelidad del otro hiere. Hiere siempre. Freud ha dicho, que los animales sienten envidia, cuando ven a otro comiendo o copulando y que los celos, son sentimientos de nuestro mamífero interior. Se puede pensar que en las sociedades donde no se elige a la pareja, no hay lugar para el ego y no hay expectativa de fidelidad. Ha habido sociedades en las que el matrimonio, era el sostén y la garantía, de que un sistema perduraría y no tenía nada que ver con el amor. En el libro mayor de cada sociedad, están escritas estas respuestas; luego su incumplimiento genera sufrimiento.

Todo tiene un crédito y un débito. Y las cuentas de los padres, generan luchas en las que los dos pierden. Cuanto más encarnizadas, más demuestran que son reflejo de asuntos pendientes de los cónyuges.

Raramente en la pareja se encuentran un hombre y una mujer. Lo que habitualmente se da, es un hombre que hace de padre o una mujer que hace de madre. Parece difícil lograr el encuentro real hombre- mujer. Hellinger, ha dicho, que la mejor pareja posible se da, por lo tanto cuando se encuentra el hijo de su padre con la hija de su madre. Esto quizá solo quiere decir, que se ha evitado la otra formula. Que la mujer se nutre de las mujeres de las generaciones anteriores. Y también el hombre hace lo propio. Pero estas formulas, son muy poco frecuente. El hombre que se coloca al lado de su padre se lleva bien con su suegro y mal con su suegra. La mujer que se lleva bien con su madre se lleva bien con su suegra. El hijo de la madre, muchas veces se lleva bien con su suegra y mal con su suegro. Y la hija del padre, se lleva bien con su suegro y mal con su suegra. Cuando la mujer sigue al hombre a su país con su familia idioma y raíces, él la sirve.

En cuanto a las relaciones anteriores, de las cuales a veces hay hijos, lo mejor es integrarlas y darles un buen lugar en los hechos y en el corazón. Nadie puede construir sobre los escombros. Tampoco en el vacío. Es bueno despedir a las parejas que fueron, con el máximo cariño y respetar las necesidades de aquellos hijos. Pero a veces los que nos dejaron el lugar, nos asustan. Las separaciones son muy lentas, por eso cuando entramos en relación con alguien que se acaba de separar, o que se enreda sin concluirlo, hay que aceptar que hay un tiempo en el cual la otra persona aún es más importante que uno y amar a esa persona, ya que amar a alguien significa amar a su pasado. Según Nicolás Abraham y Tarok, los traumatismos -que se refieren siempre, a asuntos de muerte y de sexo- , hacen nacer fantasmas, que acompañan a los pospuestos. Así los hijos anteriores o posteriores del otro o la otra, a veces resultan temibles. El terapeuta debe ordenar la familia por su orden de llegada y darle mayor prioridad a la antigüedad y mayor vigencia a la actualidad.

Cuando configuramos una pareja y a sus hijos, enseguida vemos las identificaciones y expiaciones que impiden el bienestar de la pareja. Con oficio, podemos ayudar a que lo oculto se haga visible en las constelaciones Hay algo en el estilo de un constelador y sus actitudes que tienen que ver con lo creativo, lo cómico, el sentido común, y la compasión, que puntúan sus apodícticas afirmaciones y su modo casi de mago de desplazarse en el escenario de una constelación. Su capacidad de observar casi infantil y sin prejuicios es fiel al vacío conceptual, que permite ver. Esa indiferencia creativa, sin intención, que casi al modo de un sacerdote, de un chamán o de un sabio con la cabeza apenas ladeada, lo mueve haciendo sintaxis difíciles y buscando una teoría para su ciencia, caracteriza al constelador. Imposible pensar que carece de hipótesis debido a la contundente penetración de sus frases aleatorias. Aleatoria en esos momentos que se gestan al modo de “estar completamente ahí”. Una tendencia a relativizar y suavizar la realidad siguiéndola a pié juntillas terminan por hacer al constelador cómico en sus sutilezas. Sus trajes de operetas y sus monigotes absurdos frente a la gravedad de los asuntos, al servicio de hacer saber que está abriendo muchos juegos. Los chistes, los absurdos para abrir brechas en las rigideces perceptivas – abiertos al comienzo de cada constelación, se van cerrando todos hacia el final, de la concreción de un ejercicio.

Acentuando lo obvio para hacer discurrir las gestalts y hacer sentir incomodidad, dejamos transcurrir estas constelaciones recogidas en papel y vueltas a poner en danza por su ilustración.

El amor y el desamor se ven en la historieta en una urdiembre flexible a la que se añaden opciones en la ficción. En el terreno de la ficción sostenida, las constelaciones muestran que es posible separar el conflicto y aún cuando él permanezca, hacer brillar una solución.

Mas allá de lo transferencial genuino y de las heridas, algo se abrirá paso para que haya cierto progreso, al amparo de una inmensa compasión y humanidad. Un doble repertorio de resonancias y sentimientos mirando al niño en el paciente y llamando al adulto, con mucha tolerancia. La terapia sostiene, denuncia, con una actitud de infante en un escenario interpersonal, en el que, sí es cierto, que el temple del terapeuta, su veracidad y su castidad son el requisito para su congruencia.